El Padre Almeida, según registros franciscanos, vivió en Quito en el siglo XVII, tocaba la guitarra, además de otros instrumentos. En esa época las serenatas estaban mal vistas, puesto que se asociaban a la vida “entregada al vicio” y muchos quiteños iban a la antigua calle del agua, actual calle Cuenca, a tomar mistela y a cortejar a las damas. Por eso tuvo esa mala fama.
Es posible que algún ciudadano viera a Almeida a deshoras volviendo al monasterio y que eso ayudara a construir la leyenda.
Leyenda del Padre Almeida
En el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote, el padre Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la juerga.
Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta ella apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Se dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba al juerguista: “¿Hasta cuándo padre Almeida?”…a lo que él respondía: «Hasta la vuelta, Señor”
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin control alguno… con los primeros rayos del sol volvía al convento.
Aparentemente, los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo al convento, cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora y como era curioso, decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su cuerpo en el féretro.
El susto le quitó la borrachera. Corrió como un loco al convento, del que nunca volvió a escaparse para ir de juerga.
Datos interesantes
En la primera mitad del siglo XVII, época en la que vivió el padre Almeida, se anunciaba el toque de queda para evitar problemas con la sociedad local, así que “no había vida nocturna”.
Se dice que el padre Almeida, según explica el historiador y sacerdote John Castro, del monasterio de San Diego, lugar donde vivió y realizó sus famosas correrías el sacerdote, fue una persona de ‘vida alegre’ dedicada a los mundanos placeres y a la bebida; la verdad es que ingresó en el convento a los 17 años de edad, cuando era un novicio, renunciando a todos sus bienes materiales, que se los cedió a su madre y a sus hermanas. Igualmente, abandonó la vida de la ciudad, ya que el monasterio estaba en las afueras de Quito.
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