El Tsáchila que se convirtió en Sol

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El Tsáchila que se convirtió en sol

Las leyendas ecuatorianas, en varias culturas ancestrales, podemos ver reflejada la manera de explicar fenómenos naturales, mostrar el origen de las cosas visibles por medio de la imaginación, generando tradiciones y relatos fantásticos como el que les compartimos a continuación.

Leyenda del Tsáchila que se convirtió en sol

En la zona de Santo Domingo, cuentan los ancianos Tsáchilas, que hace muchos, muchos años, los abuelos de los abuelos podían conversar con los pájaros, y las aves del Cielo contaban que vivía un enorme tigre de enorme boca, de ojos como los rayos, con garras poderosas y un pelaje muy resplandeciente, pero vivía en la oscuridad. Un día, el tigre de la oscuridad andaba furioso y hambriento y de un solo bocado se comió el sol y en la tierra cayeron las tinieblas

Los Tsáchilas vivieron así, en esa larga noche. Se tropezaban unos con otros, golpeándose y quedando adoloridos, así que decidieron encerrarse en sus hogares y no salir por miedo al tigre de la oscuridad que acechaba. No podían hacer nada que incluso la comida escaseaba. En más de una ocasión se escuchaban gritos desesperados de los que eran atacados por las fieras de la selva.

El copal, utilizado tradicionalmente para iluminarse, no se prendía y solamente los Tsáchilas de buen corazón conseguían encender el tallo de camacho, aunque su luz no duraba mucho.

Las tinieblas hicieron estragos en la salud del pueblo, muchos de ellos cayeron enfermos y otros sufrieron el ataque de los ratones que, aprovechando las tinieblas, les mordían las pantorrillas.

La luna se hallaba confundida por la desaparición del sol, tampoco salía y eso era más grave porque ya no se podía enamorarse con su luz nocturna. Los pájaros morían y los ríos empezaron a secarse porque confundida la lluvia sin la guía de los astros celestes, tampoco caía.

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Angustiados, los Tsáchilas decidieron hacer su propia luz e intentaron hacer fogatas con ramas y alumbrarse con su fuego, pero fue inútil. Pero ellos, los más débiles, morían rápido. Mientras el Tigre de la Oscuridad con sus fauces abiertas se acercaba cada vez más a los atemorizados Tsáchilas para devorarlos de un bocado.

Así vivieron por algún tiempo hasta que uno de los shamanes propuso convertir en sol a un Tsáchila. El resto de shamanes respaldaron la idea y escogieron a un adolescente. Enseguida organizaron la ceremonia; alumbrándose con tallos de camacho, colocaron encima de la mesa las piedras rituales y bebieron ayahuasca.

El joven estaba elegantemente vestido con el traje tradicional de su pueblo y con pulseras de plata, pero en medio de la ceremonia empezo a llorar lágrimas luminosas y les dijo gritando a los demás Tsáchilas:

– «Cuando ustedes se hayan convertido en polvo, yo, en cambio, seguiré igual que ahora».

Para que el Tsáchila subiera al cielo, los shamanes transformaron en mula un poco de plata y la pusieron en el camino del sol; las riendas de la mula, la montura y el camino también eran de plata.

Cuando llegó el adolescente que había perdido un ojo en la ceremonia, para no sofocar a los Tsáchilas de calor, montó en la mula y subió al cielo.

A la mañana siguiente, el sol iluminaba desde lo alto, pero el tigre de la oscuridad seguía rondando. Los shamanes decidieron poner 12 trampas para atrapar perdices que el sol entregaría al tigre como ofrendas para que no se lo vuelva a comer.

Todos los días el sol recorre las trampas y junta las perdices para entregárselas al tigre de la oscuridad, que está con las fauces abiertas en la curva del sol (decimosegunda trampa).

Desde entonces, en el pueblo de los Tsáchilas se dice que si llovizna cerca de las doce, el sol llora por no haber encontrado perdices en las trampas y tiene miedo de nuevamente morir devorado por el tigre de la oscuridad.

Datos interesantes del Tsáchila que se convirtió en sol:

El Pueblo Tsáchila habita la zona de Santo Domingo, tierra próspera por el flujo comercial entre la sierra y la costa ecuatoriana, su idioma es el Tsafiqui; y en esta lengua, tsáchila significa “Gente verdadera”, tienen la costumbre de pintarse la cara y el pelo de color anaranjado, con un tinte natural extraído de la planta del achiote; de allí su apelativo de “Colorados”.

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