El Santo Descalzo

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El santo descalzo

Durante los primeros años del siglo veinte, caminaba descalzo por las calles de Quito, un hombre de excelente presencia, ante la curiosidad de las personas vivía una vida austera y de ayuda al prójimo…

Con el tiempo, se llegó a conocer su historia y a continuación, te la contamos.

Leyenda del «Santo Descalzo»

Los vecinos del barrio de San Roque, en el año 1910, se asombraron al ver que un hombre muy apuesto, alto, de ojos azules y barba rubia, caminaba descalzo por las calles del barrio.

Vivía con sencillez en una tienda oscura y húmeda, ubicada en la calle Rocafuerte, en frente de la iglesia.

En este pequeño cuarto, tenía una zapatería, solamente poseía una mesa, unas pocas hormas, algunas suelas y otros pocos artículos más para su labor.

Sus ayudantes eran dos pequeños vecinos del barrio, que además de aprender el oficio, recibían comida y un pago diario.

Eso significaba tener un gran trabajo, ya que en aquella época se podía adquirir un huevo por un calé y una gallina ponedora por seis reales.

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El misterioso personaje se ganó la estima de la barriada, era un caballero educado y amable, cobraba muy barato y si el cliente era pobre no le cobraba, por eso empezaron a llamarle «El Santo Descalzo».

Todos los domingos iba a misa, al contrario de los otros días, vestía con gran elegancia.

Usaba una chaqueta, un elegante chaleco de fantasía, la camisa tiene botones de perlas y se ponía gemelos de oro en los puños, su bastón tenía empuñadura de marfil y plata; sin embargo, siempre iba descalzo.

A las 8 de la mañana, abandonaba su tiendita para dirigirse a la iglesia, cuando escuchaba las oraciones, lo hacía con gran devoción, inclusive algunas veces lo veían derramar algunas lágrimas.

Después de la misa, estaba encerrado hasta el lunes a las seis de la mañana.

Comenzaba su labor muy temprano, iba a hacer compras para la semana, para él y sus operarios. Pero, cuando se alimentaba, también lo hacía con austeridad, aunque a sus operarios les ofrecía pastas, dulces y finas conservas.

Su trayecto era igual cada día, caminaba descalzo por la Rocafuerte hasta el Arco de la Reina, en el hospital San Juan de Dios, después iba por García Moreno a la iglesia del Carmen Alto, en donde entraba luego de rezar un Ave María y un Padre Nuestro.

Finalmente, iba a la Compañía a la misa de nueve y escuchaba todo el servicio de rodillas.

Pasado algún tiempo, se pudo descubrir la historia del misterioso caballero.

Su verdadero nombre, era Miguel Araque Dávalos, el hijo de una de las familias aristocráticas y más pudientes de la ciudad de Riobamba.

Al principio, nadie podía explicar el porqué del comportamiento de tan noble hidalgo. Al final, los motivos se encontraron en los secretos del amor.

El aristócrata, don Miguel, fue víctima del amor a una mujer de mala reputación, aunque intentó con gran empeño olvidarla, no lo consiguió.

Buscando el bálsamo del olvido, decidió dejar su Riobamba natal para venir a Quito y buscar el amor en otras mujeres, pero tampoco obtuvo ningún resultado.

La esperanza de dejar atrás el amor que sentía por aquella mujer, le llegó, cuando leyó sobre el milagro de La Dolorosa del colegio San Gabriel, que ocurrió el 20 de abril de 1906.

Con fe inquebrantable y confiando en la buena Madre de Jesús, hizo la promesa de caminar descalzo y trabajar como un humilde zapatero por un año, a cambio olvidar para siempre el amor que lo tenía afligido.

Finalmente, le fue concedido el milagro, Don Miguel se curó del dolor que sentía atribuyendo el milagro a la obra de la Dolorosa y se quedó en la memoria de los quiteños como el «Santo Descalzo».

Datos Interesantes

A inicios del siglo 20, la ciudad de Quito tenía una superficie de 38 hectáreas (0,38 Km2) siendo el centro del asentamiento la plaza de la independencia, y contaba con una población de 35.000 habitantes; por lo que no era tan fácil pasar desapercibido.

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